Los medios de comunicación nos invaden con noticias violentas: enfrentamientos entre países, entre los pueblos de un mismo país, en el deporte, en los centros educativos, en las calles, en la relaciones de pareja,…ello no implica necesariamente que seamos más violentos, habría que analizar los datos de ahora con los de hace décadas, pero los datos en términos de violencia escolar comienzan con la muerte de Jokin en 2004. Del mismo modo, los datos en términos de violencia de género comienzan con la muerte en manos de su pareja de una mujer (a la que habíamos visto su rostro en un programa de televisión) Ana Orantes en 1997. Estos dos casos sirvieron para la toma de conciencia de la sociedad y de la administración en torno al problema que existía y sigue existiendo de la violencia en los centros educativos y en las relaciones de pareja.

En los centros educativos confluyen profesorado, alumnado, familia, personal de administración y servicios… Cada grupo tiene asignado su rol dentro de la organización, esta diversidad de grupos y personas implica diversidad de intereses, expectativas, etc.; llevando en ocasiones al surgimiento de conflictos que alteran el ritmo de la vida de los centros si son percibidos como algo negativo y/o no son resueltos de forma satisfactoria.

Hasta hace poco las relaciones interpersonales estaban basadas en la comunicación verbal y no verbal con la/s persona/s implicadas, enfrente físicamente unas de otras. De igual modo, como medios de comunicación teníamos la televisión, la prensa y el teléfono. Hoy en día, las formas de relación interpersonal han cambiado, ya no tenemos que estar enfrente físicamente de la persona con la que nos comunicamos, los medios de comunicación se han multiplicado, la información nos llega por todos lados. Este cambio de interaccionar tiene que llevarnos a reflexionar sobre el alumnado que tenemos en nuestros centros, no podemos ni debemos hacer comparaciones con nuestra época, porque nuestra época era muy distinta.

El uso de internet con sus múltiples herramientas y el uso del móvil quizá lleven a nuestro alumnado a tener “cierto déficit” en las relaciones interpersonales directas. O quizá, el profesorado no sepa dar respuesta a esta evolución en los medios de comunicación, manteniendo estructuras, mensajes, procesos que distan mucho de la realidad de nuestro alumnado. El profesorado tiene claro lo que quiere de su alumnado: que aprenda el máximo posible, que se porte bien, que sepa respetar y convivir, que sean buenas personas,..pero nos debemos de plantear las dos siguientes cuestiones ¿qué espera el alumnado de su profesorado? y ¿qué espera de su colegio/instituto?

Junto a esta evolución, nos encontramos ante una de las profesiones que más cambios han tenido en los últimos años, a través de las distintas reformas y a través de las distintas exigencias que cada una de ellas ha llevado implícitas. Probablemente también, ha existido una transformación de “estatus social” en esta profesión.

Este cúmulo de factores nos llevan a plantearnos la necesidad de intervenir ante estos cambios de la mejor manera posible, y para ello sola y exclusivamente tenemos la formación. Para dar una respuesta adecuada a la exigencias normativas y sociales tenemos que apostar por nuestra formación con el fin de lograr herramientas que podamos utilizar para mejorar los centros educativos, en definitiva, para ofrecer una mejor y más adecuada educación a nuestro alumnado.

Hoy en día casi todas las empresas están gestionadas por modelos y/o procesos de calidad. A los centros educativos ha llegado esta política de calidad, basada en que somos organizaciones con multitud de procesos y subprocesos que deben de ser programados, analizados y evaluados de forma constante. Asimismo, entiende que somos una empresa que ofrece formación/educación (servicio/producto) a un alumnado y a una familia (clientes directos/indirectos). Por lo que tenemos y debemos de evidenciar de forma explícita dicho servicio, proponiéndonos metas a corto y largo plazo para mejorarlo.

No cabe duda, en términos de calidad educativa, de que el rendimiento académico está directamente relacionado con el clima escolar y las relaciones interpersonales que se establecen en el centro y/o aula. Sin embargo, hay que pensar que aprender a convivir no es solo un medio para algo, sino una de las finalidades fundamentales de la educación.

Para garantizar este aspecto, el Ministerio de Educación, así como las distintas Comunidades Autonómicas que tienen conferidas transferencias en materia educativa, han introducido la obligatoriedad de elaborar en todos los centros educativos un Plan de Convivencia. Pero esta necesidad no debe de emanar de una problemática disciplinaria y normativa, sino de una necesidad de establecer unas relaciones interpersonales satisfactorias entre todos los miembros de la comunidad educativa y de afrontar los conflictos como algo inherente al ser humano, que nos ayuda a crecer a nivel personal y social. En definitiva, la necesidad de estar bien en el centro educativo, de estar mejor, de dedicar nuestras energías a formar a nuestro alumnado sin tener que gastar las energías en sobrevivir a climas nocivos.

Pero ello implica un cambio de mentalidad por parte del profesorado, de asumir que nuestro rol o función va mucho más allá de enseñar una determinada materia, nuestra función es educar de forma integral a nuestro alumnado, ayudándole en su propio proceso de crecimiento personal. A nivel de centro, implica el abrir las puertas, derribar los muros que en ocasiones hemos levantado, tenemos que buscar la participación real de las familias y del alumnado en la mejora de la convivencia, en la vida del centro, en el proceso educativo.

En pleno siglo XXI, en un mundo cambiante por momentos, necesitamos imaginar una nueva forma de entender la vida, necesitamos repensar nuestros modos de ser y nuestras relaciones, de manera que, paso a paso, podamos ir desprendiéndonos de aquella vieja forma de ser y de ver el mundo, que ha impregnado de una cultura de conflicto los medios de comunicación, el trabajo, el deporte o las propias formas de jugar y divertirse de las personas más jóvenes.

Se trata de educar para saber hacer (habilidades y competencias) y saber vivir (buena persona). El desafío de una cultura homogeneizada globalmente por la tecnoeconomía, nos ha puesto en alerta a los educadores y educadoras para resistirse a valorar exclusivamente la eficacia del mercado y los saberes científico-técnicos. El informe Delors, “La educación encierra un tesoro”, dice que la educación debe librarse de la tentación utilitarista. ¿Qué quiere decir que la educación supere esta tentación utilitarista?: que la educación debe recuperar la dimensión humanista, es decir, la educación tiene que ofrecer una formación para el saber hacer, pero también debe ofertar un ámbito de educación en el saber vivir.

Hay que valorar la educación en la escuela no como una etapa transitoria que nos puede preparar para una profesión, sino como un momento importante de la vida. La vida en la escuela vale por sí misma y esa vida debe ser explorada y vivida. Esto quiere decir que la educación debe depara que la escuela prepare para la vida es una demanda que se le hace a la educación desde la Ilustración.

Vivir es convivir, dicho de otro modo, la excelencia del vivir se destila en la convivencia y se enseña a convivir desde la escuela, cuando nos proponemos colaborar en la construcción de los proyectos de vida de quienes nos ha correspondido educar; a formarlos en la capacidad crítica para que sepan discernir ante el pluralismo de ideas y comportamientos; ayudarles a elegir personalmente sus opciones y ofrecerles el afecto, la amistad y el ejemplo de adulto ante sus turbulencias. Estos objetivos para una educación focalizada sobre la vida identifican a una pedagogía hoy en vanguardia para la mejora de la convivencia escolar.

Una tarea de la educación en la escuela es la de ser el motor del cambio para las nuevas ciudadanías. Y la función de los educadores y educadoras es la de colaborar a construir ciudadanos y ciudadanas. Ciudadano es aquel que es el sujeto de su vida y que nadie manda sobre él. La educación es dirigir nuestra vida, decía Giner de los Ríos. Recuperar la fe en la comunidad educativa sería el primer paso hacia una educación para la ciudadanía. Si no estamos convencidos de que la educación puede cambiar las cosas, difícilmente podremos formar auténticas personas ciudadanas.

Se trata de educar para saber hacer (habilidades y competencias) y saber vivir (buena persona). El desafío de una cultura homogeneizada globalmente por la tecnoeconomía, nos ha puesto en alerta a los educadores y educadoras para resistirse a valorar exclusivamente la eficacia del mercado y los saberes científico-técnicos. La educación debe recuperar la dimensión humanista, es decir, la educación tiene que ofrecer una formación para el saber hacer, pero también debe ofertar un ámbito de educación en el saber vivir.

Estas contradicciones entre las demandas sociales y la escuela crean constantes tensiones en el ámbito de la educación, que afectan a toda la comunidad escolar: afecta al profesorado porque se considera que debe asumir sus funciones, pero manteniendo la misma gestión escolar; afecta a la enseñanza en el aula en cuanto a modelos metodológicos y prácticas educativas, mientras se mantiene la misma organización escolar que antes; afecta al mismo rol docente de su consideración social, en el sentido de que la sociedad estima muy importante la profesión docente, pero se olvida de colaborar en esta empresa común que es la educación; y por fin, afecta al alumnado que le cuesta adaptarse a la escuela porque no encuentra el sentido de la educación. Toda esta amalgama muy difusa de tensiones en la comunidad educativa es la que hace estallar los conflictos.

Hay profundos cambios en la estructura social de la familia y del núcleo familiar. Su frágil geometría de afectos y de conflictos es como un espejo roto en algunas ocasiones, que pone dificultades a la necesaria colaboración de la familia con la educación en la escuela. La dedicación en exclusiva del padre y de la madre a una actividad profesional está cambiando las relaciones en la familia. La herencia cultural que transmite la familia a sus hijos e hijas es fundamental para la educación. Pero es muy importante que los educadores y educadoras analicen los canales de transmisión de esa cultura.

            En la familia se comienza a aprender a convivir a partir de algunas pautas educativas como son: no huir de los conflictos que se producen en el seno familiar y afrontarlos de forma dialogada; fomentar la cultura del aprecio, ante las cualidades de los miembros de la familia; aceptar las limitaciones y errores propios y los de las hijas e hijos; evitar las comparaciones con carácter degradante o discriminatorio; tomar las decisiones teniendo en cuenta los diferentes puntos de vista y buscando el consenso; desarrollar para ello, estrategias de escucha activa, comprensión y empatía hacia los otros; fomentar la cultura de la cooperación y colaboración frente a la competitividad dentro del seno familiar; cuidar el lenguaje para que vaya en coherencia con los valores; ante los problemas familiares, no juzgar tanto a la persona como la situación en la que se ha visto envuelta, evitando degradarla; dotar a las hijas e hijos de un talante crítico para valorar todo lo que están recibiendo.

En un momento en el que se hunden los sueños de la igualdad bajo el dictamen del mercado único y de la globalización, no resulta ocioso el recordar que la educación es uno de los mejores avales para la igualdad de oportunidades de los mas desprotegidos de la sociedad. La distribución desigual comienza y se consolida con la desigual distribución de la educación. El compromiso a favor de los marginados de esta sociedad, de los inmigrantes, de los fracasados escolares y de los no integrados, pasa hoy por la educación.

Ante este reto y desafío de la globalización, la educación debe facilitar estrategias para una pedagogía de la inclusión, cuyos elementos básicos serían: convertir a los centros en comunidades de aprendizaje, con formas educativas distintas y contenidos apropiados e implicando al entorno; aplicar estrategias para generar innovación a través de la pedagogía de la ciudadanía y de la pedagogía del éxito y del cambio; y, finalmente, promover modelos de gestión de escuela como comunidad democrática, creando un clima de diálogo y en el que se busque la complicidad del alumnado por el reconocimiento, pues se trata de sentirlo como aquellos versos de Pedro Salinas cuando dice “quiero sacar de ti tu mejor tú”.